lunes, 14 de mayo de 2007

Kafka en el invernadero


Nunca he estado en Praga. Pero algún día me pasearé por Malá Strana, el castillo de la ciudad, la calle de Jan Neruda, el cementerio judío o la plaza de Hradčany. De eso estoy seguro. Mientras tanto, leo a Kafka en su esfera más íntima: las cartas a Mílena (como escribe él, con acento), donde se revela como un enamorado ardiente y poseído.

El abogado moreno de nariz aguileña, piel cetrina, cabello partido al medio, ojos oscuros y grandes orejas alcanza una nueva dimensión ante mí, como lector, al recorrer la cartografía de su correspondencia amorosa.

Ya se sabe: todas las cartas de amor son ridículas, como lo dijo Fernando Pessoa, un lisboeta de tan bajo perfil como el de Franz Kafka, pero que tenía el alma llena de gente: Alvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis, por nombrar sólo a algunos de sus heterónimos.

“Como usted verá, Mílena, le hablo con toda franqueza...” El autor de La Metamorfosis, aquel que imaginó a Gregorio Samsa convirtiéndose un día de estos en un insecto, y ensanchó de este modo fuertemente las fronteras de la literatura, no se anda en estas misivas de carácter sentimental con rodeos.

De a ratos pienso que si el romance entre Kafka y Mílena Jesenska, que murió en mayo de 1944 en un lager nazi, después de sobrevivir por dos décadas a su devoto amante (quien pereció de tuberculosis en un sanatorio en las afueras de Viena y se ahorró de este modo la barbarie nacionalsocialista), hubiera tenido lugar en nuestros días, no habría dejado huella. ¿Por qué? Muy simple: porque la correspondencia se habría dado a través del e-mail y no del “correo neumático”, que siendo más lento y viejo dejaba rastros.

Rastros con los que ahora me deleito. Acotaciones como ésta: “Dicho en tu oreja izquierda, mientras yaces en la pobre cama, sumida en un profundo sueño de buen origen y mientras te vuelves, sin saberlo, de derecha a izquierda, hacia mi boca...”

Otro ejemplo: “Estoy rodeado de expedientes, unas pocas cartas, que acabo de leer, saludos del director (no me despide) y de algunos otros. .. Y a través de todo esto, una campanita repica en mi oído: ‘ella ya no está junto a ti’”.

Y otro más, donde habla del marido engañado en este singular “ménage à trois”: “Yo no soy amigo de él, no he traicionado a un amigo; pero tampoco soy un simple conocido. Estoy muy ligado a él en algunos aspectos, incluso, más ligado que un amigo”.

Me dice un chileno que vive en Praga, Jorge Zúñiga Pavlov, que hay, por supuesto, un circuito Kafka en Praga, mediante el cual los turistas pagan sus buenos euros para andar por los lugares que conjeturalmente recorrió el tísico escritor que escupía sangre y pasaba por estados febriles provocados por el temible bacilo de Koch y no por Mílena.

Con su pan se lo coman...Yo, en tanto, mientras no ponga un pie en la Casa Blú, la taberna de Zúñiga, me conformaré con leer a este discreto y pálido hijo de la tribu de Abraham que acostumbraba dejar, como quien no quiere la cosa, sus guilders o coronas en las cartas que le enviaba a la coqueta rubia de ojos lánguidos que se dejaba querer. Lo terrible, sin duda, de todo esto es la penosa autoestima de ese genio llamado Kafka.

En una de las cartas, que se pueden leer casi como si fuera un blog (¿por qué no imaginarse que el joven vienés no escribiría hoy no una sino muchas bitácoras para afirmar su personalidad ante ese padre castrador y autoritario?), llega al colmo del desprecio a sí mismo cuando apunta: “yo, que en el gran ajedrez no soy ni siquiera el peón de un peón, pretendo (contra todas las reglas del juego y alterando su desarrollo) ocupar el lugar de la reina (yo, el peón del peón, es decir, una figura que ni siquiera existe, que ni siquiera interviene en el juego)”.

En medio de la redacción de estos textos ansiosos, que redacta con una frecuencia de varios durante un solo día, recibe la visita de un poeta plomífero al que por cortesía no es capaz de dejar de recibir y de pronto lo llama el director de su bufete. Entonces, teme lo peor (“por fin saldrá a luz todo este engaño, esta estafa...”)

Pero, nada, el director lo recibe con amabilidad, le habla de algún asunto de trabajo pendiente y se despide puesto que sale de vacaciones. Y Kafka reanuda su diálogo (que, en rigor, tiene mucho más de monólogo que de diálogo en sí) con su “ángel guardián”.

Nerviosos preparativos para una cita clandestina en una ciudad lejana, especulaciones terribles cuando el flujo de las notas cesa (“¿cómo ha de latir mi corazón mientras tú te mantienes apartada?”).

Cuesta reconocer en estas líneas al cerebral diseñador de pesadillas como las que aparecen en “El castillo” o en “El proceso”, y que permitieron acuñar el adjetivo “kafkiano” para describir aquello que parece propio de un mundo circular, opresivo y sin salida.

Pero lo cierto es que un temblor interno y un escalofrío nos sacuden cuando damos con unos párrafos que semejan preanunciar la peor pesadilla de todas, la del nazismo: “Por favor, no me obligues a escribir en checo. En mi carta no había el menor asomo de reproche; en todo caso, podría reprocharte tu concepto demasiado benévolo de los judíos...”

Y agrega palabras que cualquiera que no estuviera sobre aviso podría atribuir a un notorio antisemita (aunque, claro, es difícil decir eso de Kafka...):

De los que conoces (incluyéndome a mí) –¡porque hay otros!–. A veces desearía amontonarlos a todos –por ser judíos, precisamente (incluyéndome a mí)– en el cajón de la ropa sucia y esperar un poco, luego abrir un poco el cajón para ver si ya se han asfixiado todos (nota del autor: ¡qué oscura y profética premonición de las cámaras de gas de Dachau, Treblinka o Auschwitz-Birkenau!) y, si no es así, volver a cerrar el cajón y seguir así hasta el final”.

Ante tanta clarividencia, qué decir, si no que la literatura se anticipa muchas veces, auscultando en las tinieblas, a lo que está por venir. Y que esa capacidad de los hijos de Tiresias puede aparecer envuelta aún en un envase tan inocente como el de una relamida y cursi carta de amor.


Carlos Monge Arístegui. Periodista y escritor. Publicado en www.diariohispanochileno.com